Still Our Land

domingo, 9 de junio de 2013

¿Auschwitz o Dresden?


La verdad histórica no es algo que afecta sólo al pasado. Si fuera así no existirían documentos clasificados sobre la Segunda Guerra Mundial sesenta y ocho años después de su finalización. La verdad histórica afecta a la legitimidad de la oligarquía transnacional que controla occidente. La única revolución posible, una revolución sin sangre, democrática y pacífica, es la revolución de la verdad. No el neofascismo que algunos revisionistas pretenden, sino un nuevo comienzo que haga tabula rasa de todas las ideologías del pasado. A tal efecto, es necesario revisar el relato histórico hasta tal punto, que algunos confundirán dicha revisión con la simple apología de Hitler. Tan enormes y graves han sido las mentiras, que la simple verdad se confunde con propaganda neonazi. Pero esto no es culpa del investigador de turno, enfrentado al desagradable riesgo de ser acusado de filofascista, sino de los mendaces “intelectuales”, políticos y oligarcas que “mecen la cuna” del actual dispositivo de dominación planetaria.
Cuando Alemania invade Polonia (1939) para recuperar los territorios del este que le fueron amputados por el Tratado de Versalles, también los tanques soviéticos atraviesan la frontera polaca, pero Inglaterra, que con ello está desatando conscientemente la Segunda Guerra Mundial, declara la guerra sólo a Alemania, no a la URSS. Este hecho no casa con el relato oficial de unas potencias aliadas intentando amparar a un pequeño país, en nombre de la libertad, de las garras de un sanguinario dictador. En efecto, en el momento (1941) en que Churchill pacta con Stalin para derrotar a Alemania, Auschwitz todavía no existe, pero el régimen soviético ha exterminado ya a 13 millones de personas. !El sanguinario dictador es Stalin! ¿De qué libertad estamos hablando entonces? Pese a tales discursos liberales, Inglaterra acepta a la URSS como aliado, porque el objetivo de la guerra no es la defensa de los derechos humanos, sino el asesinato masivo de los odiados teutones y la destrucción de Prusia como modelo político, espiritual y cultural incompatible con la society burguesa capitalista.
como instrumento de dominación de masas

Ni los aliados occidentales ni los comunistas han sido juzgados nunca por sus genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, mucho más atroces que los crímenes nazis. ¿Debían juzgarse ellos a sí mismos? Esta impunidad nos grita a la cara, a menos que estemos sordos, cuál es la naturaleza moral del sistema totalitario en el que vivimos sin ser demasiado conscientes de ello; mejor dicho: sin querer serlo por miedo a las consecuencias que se derivarían, o deberían derivarse, de esta repentina lucidez cívica. Entre ellas, el imperativo de cuestionar la visión de la historia que los genocidas impunes tratan de inocularnos a fin de autolegitimarse políticamente en el presente. Porque, si han perpetrado o consentido o abonado el gulag, Dresde e Hiroshima, ¿por qué tendrían que decir la verdad sobre Hitler y el “fascismo”? ¿Por qué no podrían mentir sobre cualquier cosa, como efectivamente hacen cada día, según demuestra Wikileaks con sonrojante patencia?


El Holocausto que narran los medios de comunicación, la “cultura” y la historia oficial nunca existió. Para los que no tienen el hábito de documentarse, un lujo reservado al parecer a los muy pocos, la simple lectura de las noticias sobre el caso Julien Assange pone en evidencia que los ciudadanos de occidente son regularmente manipulados con total cinismo y desparpajo por parte de nuestros gobernantes. Éstos operan como meros testaferros de las sectas, clubes económicos, logias e iglesias que, marketing mediante, hipnotizan a unas masas gregarias y conformistas supuestamente depositarias de la soberanía popular. No hubo jamás un plan de exterminio de los judíos de manera sistemática. La persecución y las atrocidades contra los judíos por parte del nazismo, que sin duda existieron, han sido tremendamente exageradas a fin de ocultar las vulneraciones de los derechos humanos perpetradas por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, mucho más graves y, gracias a la cortina de humo del Holocausto, impunes hasta el día de hoy.
Hipótesis de trabajo: el funcionalismo crítico
En realidad, como poco desde el año 1941, lo que sí había era un plan, sin duda, pero un plan para aniquilar a Alemania y al pueblo alemán. De este “democrático” designio sabemos algunos detalles gracias al panfleto de Theodore N. Kaufmann “Alemania debe perecer”, cuyo conocimiento por parte de las autoridades alemanas fuera sin duda decisivo en el trato dado a partir de entonces a los judíos.
Revelaciones recientes demuestran que Inglaterra rechazó las ofertas de paz de Alemania en un momento en que la Wehrmacht estaba ganando el conflicto bélico de manera espectacular, hasta el punto de que los soldados aliados tenían miedo de enfrentarse con las tropas alemanas. El motivo dado, empero, por los ingleses en los cables diplomáticos, era que la guerra se emprendía no contra Hitler, sino contra el pueblo alemán. Alemania debía ser aniquilada. Ésta era la orden de la oligarquía. UN cablegrama revelado por Wikileaks encaja perfectamente con lo escrito por Kaufmann.
En el año 1941, cuando los alemanes pretendían deportar a los judíos a Madagascar y no, como sostiene la propaganda, exterminarlos, el plan de Londres era bombardear Alemania con unos artefactos explosivos especialmente diseñados para quemar vivos al máximo número de civiles: ancianos, mujeres y niños. Este designio del Bombercommand británico era la primera concreción práctica del plan reflejado por el libro de Kaufmann y se puso en marcha de forma inmediata. El bombardeo de Dresde fue sólo uno de sus episodios tardíos.
Las consecuencias para los judíos no se hicieron esperar. En 1942, los alemanes, al observar que los ingleses habían rebasado los límites de lo tolerable, empezaron a explotar hebreos y otros prisioneros como mano de obra esclava y hasta la muerte. En Rusia, los Einsatzgruppen nazis asesinaban a los judíos de forma fulminante e inmediata, sin distiguir sexos o edades, ya desde el año anterior. Ésta es una realidad que ni siquiera los revisionistas más obtusos niegan.
El holocausto no es más que el resultado de unas medidas de represalia difusas que, pese a su brutalidad, son meramente reactivas y no alcanzan ni de lejos la gravedad de los crímenes perpetrados por los vencedores. Tal versión del holocausto sería una variación coherente de la conocida como hipótesis funcionalista, que se contrapone, desde el punto de vista científico, a la hipótesis intencionalista. Ésta carece de fundamento pese a ser la más divulgada entre los telespectadores adocenados: “Desde hace muchos años, los historiadores del Holocausto se han dividido en dos grupos, el ‘intencional’ y el ‘funcional’. El primero de ellos insiste en que desde el principio Hitler había tomado la firme decisión de matar a los judíos y sólo esperaba a que se dieran las condiciones oportunas. El segundo sólo atribuye a Hitler la idea general de ‘encontrar una solución’ al ‘problema judío’, una idea clara sólo por lo que se refiere a la idea de una ‘Alemania limpia’, pero vaga en lo referente a los pasos que había que dar para que se hiciera realidad. Los estudiosos de la historia apoyan con datos cada vez más convincentes la visión funcional” (Zygmut Bauman, Modernidad y holocausto, Madrid, Sequitur, 1997, p. 143-144).
Los funcionalistas aceptan que hubo exterminio judío, pero no plan de exterminio. No se debe confundir a los funcionalistas con los revisionistas, pero desde que Goldhagen admitió que el tema de las cámaras de gas se había exagerado mucho sin ningún fundamento, la divisoria se va haciendo cada vez más difusa: “suele creerse que los alemanes mataron a los judíos, por lo general, en cámaras de gas, y que sin éstas, los medios modernos de transporte y una burocracia eficaz, los alemanes no habrían podido matar a millones de judíos. Persiste la creencia de que, de alguna manera, sólo la tecnología posibilitó un horror a semejante escala (…) Existe la creencia generalizada de que las cámaras de gas, debido a su eficacia (que se exagera mucho), fueron un instrumento necesario para la carnicería genocida, y que los alemanes decidieron construir cámaras de gas en primer lugar porque necesitaban unos medios más eficaces para matar judíos. (…) Todos estos criterios, que configuran básicamente la comprensión del Holocausto, se han sostenido sin discusión, como si fuesen verdades evidentes por sí mismas. Han sido prácticamente artículos de fe, procedentes de fuentes distintas de la investigación histórica, han sustituido el conocimiento fidedigno y han distorsionado el modo de entender este período” (Daniel Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler, Madrid, Taurus, 2003, pp. 29-39). !No está hablando un revisionista negacionista, sino un exterminacionista funcionalista judío! !Y afirma, nada menos, que el tema de las cámaras de gas ha sido aceptado como “artículo de fe” procedente “de fuentes distintas de la investigación histórica”! ¿De qué fuentes, podemos preguntarnos? ¿Y cómo ha podido sostenerse entre los historiadores profesionales algo que era sólo un artículo de fe? ¿Qué credibilidad pueden ostentar unos investigadores académicos que actúan de esta manera? ¿Quién impone la “fe” y de qué “fe” se está hablando, cuando se trata de un imperativo que pisotea los protocolos más básicos de la ciencia, la objetividad y la verdad? Existiría, por tanto, entre el exterminacionismo funcionalista y el revisionismo moderado, una posibilidad metodológica intermedia, que denominaré “funcionalismo crítico” y que, a mi entender, podría ser la más próxima a la verdad sobre nuestra historia reciente.
La existencia de un plan de exterminio más allá del papel queda acreditada, si los bombardeos incendiarios contra las ciudades no fueran suficiente prueba, por lo que pasa en el momento en que Alemania, vencida ante 4 imperios mundiales, se retira (1944) o se rinde (1945) y es ocupada por los anloamericanos, los franceses y los soviéticos. Las víctimas del genocidio planificado, conocido en su postrera etapa como plan Morgenthau, sumadas a las víctimas de la limpieza étnica perpetrada por los soviéticos, se elevan a un mínimo de 13 millones de personas, bien entendido que hablamos, siempre, de prisioneros desarmados y civiles, no de caídos en el frente de combate.
El comunismo, aliado de los EEUU e Inglaterra, ocupa en 1945 la misma Polonia que en teoría se pretendía defender al desencadenar la “cruzada” antialemana, pero además, de propina, Stalin se apodera de toda la Europa del Este y los regímenes marxista-leninistas siguen exterminando, después de la Segunda Guerra Mundial, a pueblos y sectores enteros de la sociedad en Rusia, China, Camboya y otros lugares, alcanzando los 100 millones de víctimas en los años noventa.
La manipulación mental más desvergonzada
No obstante, también a diario podemos “disfrutar” en la pantalla de la TV de una noticia o una película fraudulenta, auténtico “lavado de cerebro” para tontos, sobre el holocausto; o podemos leer una novela, premio sionista de narrativa propagandística, basada en el mismo tema, a saber: en la idéntica, repetitiva y machacona cantinela de cuento infantil de siempre: nazis perversos, diabólicos, aliados angélicos (“soldados y santos”, rezaba el título de una película), rusos un tanto groseros pero simpáticos al cabo, judíos víctimas impolutas a punto de elevarse a las celestes alturas… Una descarada manipulación que sólo un ignorante y cretino integral podría digerir como “relato basado en hechos reales”. Todo ello a fin de mantener engañada a la mayor parte de la población europea sobre la realidad histórica y el carácter abominablemente criminal de la casta política que nos gobierna desde el año 1945. ¿Hasta cuando?

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